El pasado lunes día 25 de
noviembre fue el día contra la violencia de género. Yo estaba precisamente de
guardia de violencia y durante la mañana estuve asistiendo en el juzgado a una
víctima de violencia de género.
La valoración policial del riesgo
que corría la víctima fue calificado como “extremo” y, en este caso, ante el
riesgo que corría, ella decidió abandonar Asturias, dejando atrás su casa, su
trabajo y sus amigos.
Como ya he dicho otras veces es
raro el día que estamos de guardia de violencia de género y no tenemos que
asistir a una mujer en la interposición
de una denuncia y ya han pasado muchos años desde la entrada en vigor de la ley integral
contra la violencia de género.
Creo que la idea que se tiene de
este tema desde fuera es muy diferente al que tenemos los que lo vivimos desde
dentro (policías, médicos, abogados, trabajadores de los servicios sociales,
etc).
Todavía es habitual escuchar que es imposible que ese vecino tan amable pueda
ser un maltratador; que ese abogado, médico o directivo de una empresa, con tan
buena pinta, pueda maltratar a su pareja o a sus hijos.
Nos dejamos llevar por las
apariencias y no imaginamos que la vida que uno parece llevar “de puertas
afuera” a veces es muy distinta a la vida que uno lleva “de puertas adentro”.
Los profesionales que
intervenimos con las víctimas (abogados, jueces, policías, agentes de la guardia civil, etc) y otros
profesionales que pueden detectar casos de maltrato (profesores, médicos,
profesionales de la salud en general…) debemos conocer lo que supone el ciclo
de la violencia y estar alerta para detectar las pequeñas señales que nos
envían muchas veces las víctimas. No debemos mirar hacia otra parte cuando
detectamos esas señales, porque una víctima muchas veces espera que alguien se
dé cuenta de lo que le está ocurriendo y cuando por fin se decide a hablar ni
siquiera es consciente muchas veces de que lo que le pasa es que está siendo
víctima de violencia de género, porque ha normalizado la situación. Y, por
desgracia, en muchísimas ocasiones hay menores de edad afectados, niños y niñas
que están oyendo, viendo o sufriendo cosas que no deberían oír, ver o sufrir.
Como dijo Miguel Lorente Acosta
el pasado viernes en Avilés, en la charla que impartió sobre el tema,
parafraseando a Alphonse Bertillon: “Solo se ve lo que se mira. Solo se mira lo
que se tiene en la mente”.
Los profesionales no nos debemos
dejar llevar por las prisas del día a día y tenemos que formarnos para conocer
esta realidad y lo que supone, entender qué pasa por la cabeza de la víctima en
esos momentos y cómo podemos ayudarla de la mejor forma posible.
No va a ser fácil terminar con la
violencia, pero ojalá algún día la víctima no sea la que tenga que abandonar su
casa, su trabajo y a sus amigos para poder ponerse a salvo y ojalá el
maltratador esté tan mal visto por el conjunto de la sociedad que tenga que ser
él quien abandone su casa, su trabajo y a sus amigos.